lunes, 27 de febrero de 2012

¿Alguien me regalaría una mecedora?




Después de leer Mortal y rosa, me prometí que alguna vez regalaría una mecedora, «una silla con alma de barco», como la llama Umbral. Sería como regalar un ramo incesante de olas, la música marina de un columpio. «Hacia la paz se viaja en una mecedora desconocida». Qué regalo más amoroso ese: un peñero hacia la paz.

A propósito de la pregunta del otro día que nos hizo Valentín Vallhonrat en clases (http://digresionario.blogspot.com/2012/02/preguntale-al-manzano.html), se me hace que una mecedora sería la silla más apropiada para un escritor, para un aprendiz de escritor. Porque pasa que cuando se está aprendiendo el oficio se tiene la tentación de escribir como artista y no con el analfabetismo prístino de la especie. Nos entra el complejo del adulto precoz y nos olvidamos de columpiarnos, de inflar las velas, derivar, flotar al sol y escribir como en quien habla la marea del sueño, acunados por el sigilo maternal de la mecedora. Valdría solo escribir cuando el barco arriba a la propia infancia dormida, cuando toca la orilla somnolienta del niño. Si no conquistamos la somnolencia nos coloniza la solemnidad. Eso que Umbral le da repelús.

La solemnidad. He renunciado a la solemnidad. La lucha literaria no es, en el fondo, sino la conquista de la solemnidad. No lucha uno por llegar a ser profundo, verídico, útil o mejor. Se lucha por llegar a ser solemne. (…). A los cuarenta años, si uno ha trabajado y no ha hecho demasiadas locuras, si uno ha perdido su vida por delicadeza, ya se puede ser solemne. Tengo derecho. He escrito unos libros, he impuesto un nombre, he repartido mi firma por todas partes. Sería llegado el momento de la solemnidad. Otros llegan a ella mucho antes. Antes de tiempo. Les hay que nacen solemnes, que empiezan por la solemnidad. Luego, escriben los libros o no los escriben (…), pero ellos, de momento, se han conferido a sí mismos la solemnidad.

Mecerse es renunciar a la solemnidad, recobrar la música del viaje, el vaivén del niño. Mecerse es arrullar la angustia del escritor laureado y decrépito, y escribir como quien pinta en color a borbotones, sin propósito, por instinto de amarillo o verde.

El niño entre las niñas. Carolina, de belleza cerrada y tensa. Yolanda, esponjosa en su sonrisa y en sus ojos. Mariona impenetrable como una fruta. María José, flor sin nombre ni color, mínima y sonriente como una pequeña tristeza. El niño entre las niñas, feliz.

El escritor, el escribiente: un niño feliz entre las letras, columpiándose.

«La mecedora es un mueble para renunciar. Un dulce y mágico mueble».

¿Alguien me regala una?

No hay comentarios:

Publicar un comentario