lunes, 9 de mayo de 2011

De la venganza de Isabel Calvo y el retorno de Laura


El jueves por la noche, Isabel entre comillas cumplió contra mí su venganza onomástica luego de que publiqué una entrada en la que exponía serias dudas sobre su identidad. «¿Isabel? ¿Sí?». El rencor quedó manifiesto en varias ocasiones previas que ya anunciaban la revancha.

A la publicación de la entrada, me escribió un correo privado con la siguiente línea: «Pues yo no sé, no me veo en una peli de Almodóvar, Lorena». Lorena. Esta vez no dudaba de mi nombre; lo tenía cogido por todas las letras y apuntado en la sien con bolígrafo. Además, la negativa de su potencial de chica Almodóvar escondía una insinuación peor: o sea, que en efecto no se veía en una peli de Almodóvar pero sí en una de Hitchcok o de Kubrick. Está claro que el contexto y el subtexto no me auguraban algo mejor: que se viera, por ejemplo, en una película de Disney. No veo yo a Isabel entre comillas revestida de Campanilla cumpliéndome un deseo. En tal caso, si ella insiste en que es Disney y no Almodóvar,  será por Cruella de Vil y su abrigo de piel de estudiante de escritura.

A la clase siguiente, llegó amenazante. 

—¿Dónde está Lorena? —preguntó.
Yo había salido por un café y cuando entré a la clase todos me miraban con cierta compasión.
—Aquí estoy, ¿Isabel? —afirmé no sin dudas ya inveteradas.
—¿Qué me has hecho?  —inquirió.
—¿Yo? Nada.
—He leído tu blog —me advirtió como si yo hubiese expuesto sus secretos de alteridad a la CIA. Por lo menos ya sabemos que Isabel entre comillas no es Osama Bin Laden.    

Ya sabía por su correo que había leído mi blog, pero el hecho de que lo hiciera notar delante de todos mis compañeros me pareció un desafío explícito. Luego fijó la mirada en todos nosotros. 

—Soy la supervisora de la biblioteca, con lo cual, todos ustedes son sospechosos.

«¿Sospechosos de qué?», pensé para mis adentros y luego recordé que todavía tenía en mi poder dos libros que no había anunciado en las fichas de préstamo. Y ella lo sabía; estaba segura. Si hubiese sido Silvia la malhechora, de cuyo nombre dudó desde el primer momento, cualquier acusación habría sido improcedente, puesto que le había otorgado la licencia de ser otras —Lucía, Almudena, Sara— y, automáticamente, la había bendecido con el don de la impunidad. Pero su venganza parecía iniciar con el hecho de que, para ella, yo solo tenía un nombre, un nombre que llevaría a cuestas hasta el final del curso de Literatura y experiencia: un solo nombre con el que me había acorralado. Nunca antes había deseado tanto un álter ego, un doppelgänger.

El jueves por la noche pasó lista.

—¿Quién es Laura que nunca ha venido?

Ismael le explicó que Laura había dejado el máster en las primeras semanas. Ella siguió con la vista fija en el papel con el bolígrafo afilado en alto. Deletreó bien el nombre de Laura, hizo sus últimos cálculos y trazó una raya horizontal tres renglones más arriba, un plumazo, un tachón vengativo.

—¿Lorena?
—Sí, soy yo.
—¡Ja! ¡Eres tú! ¡Te he tachado de la lista en lugar de Laura! ¡Te borré del máster! 

Hecho verídico. Lorena-Laura, Laura-Lorena. Trágica aliteración. Ahora sí tenía álter ego, ahora sí pseudónimos y heterónimos y trastornos de personalidad múltiple. El jueves cuando fui Laura por designio de Isabel Calvo — I-sa-bel Cal-vo: ¡Ese es su único nombre! ¡Que nos nos engañe más! ¡Ella también es mortal!— quedé anónima bajo la sepultura de un tachón. 

Sin embargo, ayer noche, recordando el crimen onomástico de Isabel, sonreí. Sonreí porque Laura ha vuelto.

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