viernes, 1 de abril de 2011

Descansar es esconderse







A Silvia (y a Carolina)

Surcar el suelo, roer la tierra, enterrarse como un topo. Escapar como los cangrejos, en diagonal, con cortesía, y escabullirse por un hueco. Colgarse como un murciélago entre los árboles, en la penumbra del follaje, cuando sale el sol y el mundo despabila. Recogerse como las tortugas, como los moluscos; morirnos de súbito como los caracoles, morirnos un rato para callar y escribir. 
Escondernos como cuando éramos niños, volver a esos vericuetos prohibidos solo por la alegría de conquistar la soledad de forma ilícita.

Descansar es esconderse. Escribir es esconderse.
Ser un guijarro ausente entre los guijarros, una sombra en el escenario arrumada en un rincón, un objeto que se ha perdido para ocultarse. 
Descansar, a día de hoy, es desconectar. Apagar el móvil, escabullirse de todas las redes, rebelarse un poco contra el autoritarismo de la comunicación. Aislarse, desenchufarse. Ser nadie. 
En un momento de desasosiego, de no resistir más los pensamientos propios, Rilke cuenta que se obligó a hojear un libro de pinturas y se hundió en el cuadro de una página abierta: la «Madonna de Lucca» de Jan Van Eyck. En una esquina del cuadro, Rilke advirtió dos manzanas.
«Y de repente deseé, deseé, oh, deseé con todo el fervor de que mi corazón era capaz, deseé ser, no una de las dos pequeñas manzanas, no una de esas manzanas pintadas en el alféizar pintado: eso era algo que me parecía excesivo…No: deseé ser la sombra minúscula y dulce, la sombra insignificante de una de esas manzanas…, este fue el deseo en el que toda mi esencia se contuvo». 
Rilke, que tenía miedo a ser amado, que aspiraba a un amor que fuera reverencia de dos soledades. 
Descansar es esconderse. Jamás se imaginó Silvia que esta idea que surgió de su texto aquel sábado en el Aula Creativa fuera tan estrecha a Rilke, de quien, por azar, estuvimos hablando ayer noche.

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